El 26 de diciembre de 2004, un devastador terremoto de magnitud 9.1 sacudió la costa de Sumatra, Indonesia, generando el tsunami más mortífero registrado en la historia. Según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA), las olas alcanzaron hasta 50 metros de altura, afectando a países del sudeste asiático y el este de África, con consecuencias catastróficas que se sintieron en todo el mundo.
El fenómeno, que duró alrededor de siete horas, golpeó las costas de Indonesia y las Islas Andamán y Nicobar en la India tan solo 20 minutos después del terremoto, y llegó a la costa noreste de Somalia, en África, siete horas más tarde. A lo largo de su trayecto, el tsunami generó olas que fueron observadas en más de 100 estaciones costeras, afectando a 17 países en total.
Las olas variaron considerablemente en su altura, dependiendo de la ubicación y la elevación de la costa. En Somalia, la altura de las olas osciló entre 3.4 y 9.4 metros. En Indonesia, particularmente en la provincia de Aceh, en Sumatra, las olas llegaron a una altura récord de 51 metros, inundando hasta cinco kilómetros tierra adentro, lo que resultó en la destrucción masiva de poblaciones y una cifra de víctimas fatales que supera las 230,000 personas.
Este desastre natural no solo marcó un hito en términos de víctimas y destrucción, sino que también dejó lecciones cruciales sobre la necesidad de sistemas de alerta temprana y medidas preventivas en las regiones costeras propensas a tsunamis. La tragedia de 2004 sigue siendo un recordatorio de la fuerza destructiva de la naturaleza y la importancia de la cooperación internacional en la prevención de futuros desastres.
Este evento es considerado uno de los más devastadores en la historia reciente y continúa siendo un tema de estudio para comprender mejor los fenómenos naturales y cómo mitigar su impacto.