La naturaleza es sabia y tiene la capacidad de sanarse a sí misma de los daños que la humanidad le causa todos los días. Ante el consumismo, se han dejado de lado aspectos importantes de la naturaleza, como sus ciclos y la importancia de estos para la restauración de los ecosistemas.
Una de las acciones más sencillas que pueden realizarse para favorecer el ciclo natural de los suelos es dejar las hojas que caen de los árboles, pues ellas juegan un papel muy importante para la tierra, la nutren, la mantienen húmeda, y favorecen la vida de microorganismos que son importantes para la misma.
Diversos biólogos han expresado la importancia de la hojarasca para la tierra y su preocupación de que, al retirarlas, se le está provocando un daño y a su vez se alteran el ciclo natural, lo que impide tener suelos saludables. EL biólogo José Dahesa considera la hojarasca como un material orgánico que forma y mantiene una tierra saludable.
A su vez el presidente de la asociación civil Guaiacum considera que “el suelo debe ser permeable. Y la única manera de lograr esto es descompactándolo mecánicamente y mezclándolo con hojarasca”.
La hojarasca actúa como una esponja, reteniendo humedad y nutrientes, y proporcionando un entorno ideal para la vida microbiana y las raíces de las plantas. Dehesa Mitre destacó que en luugares donde se ha permitido que la hojarasca se acumule, se puede sentir un suelo esponjoso bajo los pies, indicador de un suelo saludable y bien estructurado.
Del mismo modo, el biólogo cree que uno de los desafíos más grandes a los que se enfrenta en esta problemática es que la ciudadanía, los trabajadores y funcionarios públicos consideran las hojas como basura y por ende, barren los parques y espacios naturales echando la hojarasca a la basura.
“Esto no solo es innecesario, sino perjudicial,” advirtió. “Al remover la hojarasca, se expone el suelo a la erosión, se pierde materia orgánica y se contribuye a la desertificación”.
Frente a este problema, reconoció que es muy relevante generar procesos de sensibilización, pues el adoptar nuevas prácticas ecológicas requiere un cambio cultural y de políticas públicas.