Marchas Gen Z y Movimiento del Sombrero sacuden México

Miles marchan en todo México el 15 de noviembre; jóvenes y adultos exhiben el hartazgo contra el gobierno, tras semanas de protestas de agricultores, transportistas y maestros.

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La jornada de movilizaciones del 15 de noviembre dejó un mensaje inequívoco para el gobierno federal: la ciudadanía está cansada, enojada y ya no cree en el discurso oficial. Las marchas convocadas por la llamada Generación Z y el movimiento del Sombrero —en protesta por el asesinato del alcalde Carlos Manzo— lograron reunir a miles de jóvenes y adultos en múltiples ciudades del país, pese a la campaña abierta del gobierno para desvirtuarlas y minimizar su alcance.

En la Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey, Mérida, Puebla, Chihuahua, Morelia y otras capitales, las avenidas principales se llenaron de manifestantes que, sin un partido detrás, sin la estructura de un sindicato y sin recursos públicos, se organizaron para mostrar su rechazo al rumbo del país. Los asistentes iban desde jóvenes universitarios hasta adultos mayores, pasando por trabajadores, profesionistas, activistas, madres de familia y colectivos ciudadanos. Las estimaciones independientes apuntan a que, entre todas las marchas, participaron entre 80 mil y 120 mil personas, según conteos realizados en diferentes ciudades.

Mientras tanto, el gobierno federal intentó colocar la narrativa de un supuesto “fracaso”, recurriendo al mismo guion usado en protestas anteriores: acusar a la ciudadanía de ser “manipulada” por la oposición. Sin embargo, esta vez la respuesta social fue abrumadora. Las redes se llenaron de videos que contrastaron la narrativa oficial con la realidad: plazas llenas, contingentes avanzando por kilómetros y un hartazgo evidente ante la inseguridad, la violencia y el creciente control que, según señalan los participantes, el crimen organizado ha adquirido en el país con la complacencia del gobierno.

Las protestas del 15 de noviembre no surgieron en el vacío. Son la consecuencia directa de una serie de movilizaciones previas que evidencian un país fracturado. Primero, los productores agrícolas realizaron bloqueos carreteros a nivel nacional para exigir precios justos para el maíz y denunciar la falta de apoyo del gobierno. Después, los transportistas paralizaron partes de la Ciudad de México en protesta por extorsiones, inseguridad y las políticas económicas que los han golpeado directamente. Más tarde, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) llevó a cabo un paro nacional de 48 horas el 13 y 14 de noviembre, exigiendo mejores condiciones laborales y denunciando el incumplimiento de acuerdos por parte del gobierno federal.

Cada una de estas expresiones fue recibida con la misma estrategia: descalificación, burla y un intento desesperado por minimizar el enojo social. Y aun así, todas crecieron.

Las movilizaciones del 15 de noviembre representan un punto de quiebre. Lo que comenzó como marchas juveniles o encabezadas por colectivos regionales se transformó en un movimiento ciudadano nacional que ya no está dispuesto a guardar silencio. El asesinato del alcalde Carlos Manzo, la crisis de seguridad, la impunidad, la economía debilitada y la percepción creciente de que el Estado ha cedido terreno al crimen organizado detonaron una reacción que el gobierno no pudo contener.

La generación joven—la misma que el gobierno ha intentado desacreditar, infantilizar y ridiculizar— respondió con organización, creatividad y una enorme capacidad de convocatoria. Los adultos se sumaron. Y juntos enviaron un mensaje que resonó en todo el país: no es oposición política, es ciudadanía indignada.

México está al límite. Y ahora es la gente la que está marcando la agenda que el gobierno se niega a escuchar.